Cuando nuestra vida es una constante búsqueda, y tomamos conciencia de que se acerca el final de una etapa o de un periodo, resulta muy positivo reflexionar acerca de lo vivido.
El buscador es uno de los 26 cuentos del polifacético escritor porteño, Jorge Bucay, incluidos en su libro Cuentos para pensar. Su lectura, en estos días navideños, agita las neuronas y anima a llenar el nuevo año con vivencias plenas y experiencias intensas que expriman cada uno de los segundos que todos recibimos como un regalo de valor incalculable.
Bucay es también autor de obras como El elefante encadenado, Las 3 preguntas. ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Con quién?, El candidato, Déjame que te cuente, Amarse con los ojos abiertos ó 20 pasos hacia adelante.
El cuento dice así:
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.
Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos, que eran los de un buscador, descubrieran, sobre una de las piedras, aquella inscripción:
“Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar…
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía:
“Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, observó como lloraba durante un rato, en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
-Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.
Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de ese instante, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fue lo disfrutado…, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?… ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?…, ¿y el casamiento de los amigos?, ¿y el viaje más deseado?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?… ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?…
Así vamos anotando en la libreta cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
¡¡¡Sensacional!!!
Como propósito para el nuevo año voy a coger mi libreta y voy a anotar la duración de cada uno de los momentos vividos, que espero sean muchos.
Os invito a hacer lo mismo.
Feliz Navidad y felices vivencias en 2009.
Raúl dice
Muchas gracias por este bonito regalo de Navidad.
Jaime Bou dice
Siempre nos sorprendes con detalles magníficos. Este, como bien dice Raúl, es un bonito regalo de Navidad, con extensión para toda la vida, puesto que una persona bien motivada, debe disfrutar de muchos buenos momentos a lo largo de su vida. Por esto nuestra libreta tiene que durar para siempre.
Deseo que en el 2009, veamos aumentados los momentos de disfrute.
Eva dice
Un cuento magnifico, es cierto que se pasan malos momentos en la vida, cuando estás inmerso en uno de ellos parece que no hay nada ni antes ni después de ellos, pero la verdad es que en vez de malgastar el tiempo en esto deberiamos pararnos a pensar, o incluso a anotar los buenos momentos vividos, lo bueno que hemos aprendido y a tener fe y esperanza en que volverán de nuevo a nosotros, y eso mismo ya es un gran momento de alegría.