Hace unos meses realicé un viaje a París en familia. La saturación de algunas de las zonas turísticas, como la Torre Eiffel, la Basílica del Sacre Coeur o Disneyland, me permitieron constatar que algo había cambiado respecto a viajes anteriores en los que se podía disfrutar de todo sin tantas aglomeraciones, sin tantas medidas de seguridad y sin personas ansiosas por captar un “momento selfie” que ni siquiera disfrutaban mientras lo obtenían.
El mundo, antes del Covid-19, había cambiado mucho. Desde los atentados de las Torres Gemelas nuestro mundo entró en una espiral creciente de miedo por un lado y de consumismo descontrolado por el otro. Era como si la búsqueda de satisfacción material intentara compensar las dosis de pánico emocional que producía la amenaza permanente del terrorismo islámico.
En determinados momentos, me ha invadido la sensación de que, al igual una lavadora finaliza sus funciones con un programa de centrifugado en el que reduce el agua de la ropa haciendo girar el tambor a gran velocidad, nuestra sociedad capitalista se estaba acelerando al máximo para absorber toda la “liquidez del consumidor” a través de la compra de todo tipo de productos superfluos o experiencias banales. Parecía que había acumular todo tipo de productos y vivencias, de forma inmediata y a toda velocidad. Era como si nuestra sociedad se acelerara conforme se acercaba al final del “lavado”, es decir, como si nuestro modo de vida estuviese llegando a su final.
Un mayor número de revoluciones por minuto en el centrifugado no significa que el lavado sea más eficiente como tampoco un mayor nivel de consumismo aporta más felicidad a nuestras vidas.
Cuando menos lo esperábamos, todo se ha detenido de golpe, y una crisis sin precedentes va a cambiarlo todo.
Es cierto que cuanto más prolongada es una crisis, mayor es el daño económico y social. Pero también es cierto, que las crisis pueden provocar transformaciones duraderas y positivas en la sociedad.
Tres grandes crisis establecieron las bases de nuestro actual estado del bienestar: la Gripe Española (1918-1920), el Crash de la Bolsa (1929) y la II Guerra Mundial (1939-1945). Las medidas desplegadas para combatirlas y superar sus efectos ayudaron a crear los sistemas de salud en muchos países, impulsaron un nuevo sistema de jubilaciones y pensiones, favorecieron el crédito y el consumo para reducir el desempleo, se incrementaron los salarios y se redujo el horario laboral, se renovaron las infraestructuras de transporte, se modernizaron las empresas agrarias e industriales, se produjeron grandes avances en ciencia y tecnología y se dinamizaron los intercambios comerciales entre los países. Estas fueron, en conjunto, algunas de las consecuencias positivas de estas grandes crisis.
Tras la Coronacrisis, nuestra sociedad, tal y como la conocemos hasta ahora, va a sufrir grandes cambios en el corto plazo, principalmente porque la vacuna contra la pandemia del Coronavirus tardará varios meses en llegar. Con el tiempo, se recuperarán muchas de las viejas costumbres, pero otras nunca volverán a ser lo mismo.
“The new normal” es el título de un libro cuyo autor, Peter Hinssen, explora los límites de un mundo digital en el que los consumidores irán integrando la tecnología en sus vidas, creando, de este modo, una “nueva normalidad” en la que las relaciones son más digitales y los negocios tienen que reinventarse. La tecnología es, según el autor, el driver que cambia las reglas del juego de nuestra sociedad.
Este concepto está siendo aplicado estos días por todos los países para referirse a los cambios que van a modificar las actuales reglas de convivencia de nuestra sociedad tras las medidas adoptadas por los gobernantes para combatir el Coronavirus. “La nueva normalidad” reformulará algunos aspectos de nuestra forma de vida y de nuestras relaciones sociales.
Tal y como se ha anunciado, “se activarán diferentes medidas individuales y colectivas, de higiene, sanitarias y tecnológicas para el control de la pandemia”. Tras el periodo de confinamiento, durante algún tiempo se seguirán aplicando, seguramente, medidas de distanciamiento social en espacios públicos, comercios y medios de transporte, además de utilizar elementos protectores y continuar con el lavado permanente de manos. Los cines, teatros, museos, bares y eventos de todo tipo se verán muy afectados por las restricciones en esta fase, porque tendrán que reducir su aforo para evitar nuevos contagios e incluso tendrán que adaptar sus negocios a la nueva situación. Y quizás lo más incómodo sea la posible vigilancia intrusiva (biovigilancia) a los ciudadanos a través de sus smartphones o el aislamiento, en las denominadas Arcas de Noé, de las personas asintomáticas que se detecten en los tests masivos.
Nuestra forma de trabajar sociabilizar, comprar, educar o hacer deporte va a experimentar cambios profundos en los próximos meses. Esos cambios, junto a lo vivido durante las primeras semanas de 2020, van a moldear un nuevo pensamiento y comportamiento social cuyos rasgos principales serán:
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- Conciencia de riesgo. Hasta que no haya una vacuna disponible que relativice el riesgo de enfermar, los ciudadanos viviremos con el temor de que se repita un repunte de infectados y fallecimientos, o que otras situaciones “de película de ciencia ficción” puedan sufrirse en la vida real. Por eso, nuestra sociedad tiene que trabajar para estar preparados ante futuras epidemias o catástrofes naturales, y eso se hace articulando programas de prevención y educando a las personas para que sepan cómo actuar en el caso de que ocurrieran. Por ejemplo, Japón forma a sus ciudadanos para responder ante emergencias de diferentes tipos, e incluso celebra cada 1 de septiembre el día de la prevención de desastres.
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- Sensibilidad por el medio ambiente: Antes del Covid-19 se extendían los movimientos para concienciar acerca del riesgo del cambio climático. La pandemia despertará una mayor sensibilización por la urgencia de evitar la degradación de nuestro planeta, lo que, sin duda, originaría situaciones mucho más dramáticas que las vividas durante esta pandemia.Quizás sea el momento de que los dirigentes de todos los países, especialmente los que más contaminan, pongan en marcha medidas reales a largo plazo para proteger el medio ambiente y apuesten por la economía circular para ayudar a extender el ciclo de vida de los productos, reducir el desperdicio de materias primas y optimizar el aprovechamiento de los recursos naturales.
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- Racionalidad en el consumo. El consumismo compulsivo es insostenible. Genera basura, frustración, pobreza y, en algunos casos, opresión para seres humanos que fabrican productos en condiciones deplorables y deja al descubierto el desigual reparto de riqueza en un mundo globalizado. Un modo de vida responsable y un consumo racional implica consumir lo que se necesita, conocer el origen de los productos, tener la certeza de que se fabrican en condiciones éticas y justas, no consentir la explotación, ni abusos en precios ni perversiones en los agentes de la cadena de suministro y promover un cambio significativo en los patrones de consumo de la sociedad. El consumidor va a ser más exigente en este sentido.
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- Movilidad virtual. Nuestras vidas se han visto limitadas físicamente durante un tiempo como consecuencia del confinamiento, y sin embargo, desde nuestros hogares hemos viajado a todos los rincones del mundo, visitado museos y monumentos, cenado con familiares y amigos, visionado series y películas a la carta, hemos hecho deporte con nuestros monitores del gimnasio, hemos recibido teleasistencia médica, formación online y hemos teletrabajado, incluso realizando videollamadas con personas confinadas en otros países, a miles de kilómetros del nuestro. Internet nos ha permitido vincularnos a múltiples comunidades virtuales, ha hecho el aislamiento más llevadero e incluso ha evitado la hibernación total de los negocios físicos.Recuperaremos parte de la experiencia física, pero también mantendremos gran parte de nuestras nuevas vidas virtuales. Las consecuencias las sufrirán, entre otros, aerolíneas, hoteles, el comercio de los destinos turísticos y determinados negocios cuya experiencia de cliente sea superior en modo online.
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- Madurez acelerada de millenials y gen Z. La mayoría de las generaciones vivirán su primera gran crisis. Los baby boomers y la generación X sufrimos la crisis financiera de 2008 e incluso la de 1993. También crecimos escuchando a nuestros padres y abuelos hablar de la Guerra Civil. la postguerra, la hambruna y las cartillas de racionamiento. Nos parecía un argumento de película. Por fortuna, el Coronavirus no ha venido acompañado de bombas, aunque si de mucho dolor, y, por otra parte, nuestros hogares son más cómodos para estar confinados que los de los años 30 y 40. Aun con todo, la situación está haciendo reflexionar a muchos jóvenes millenials y de la generación Z acerca de la suerte que tienen y del valor de vivir. Las vivencias de la Coronacrisis les acompañarán toda la vida, y a buen seguro, les aportará una sensibilidad hacia los demás y un aprendizaje emocional que les ayudará a madurar mucho más deprisa.
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- Ciudadanos más responsables ante las urnas. Seguramente las futuras elecciones locales, regionales y nacionales estarán muy marcadas por la gestión de la crisis realizada por los líderes políticos durante estos días y en los meses venideros. Los ciudadanos estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso de desunión, reproches, engaños y manipulación que, sin duda, incrementará la desafección por la actual clase política, alentando el deseo de que surjan líderes responsables, honestos, capacitados y con voluntad de tomar decisiones acertadas en el largo plazo en beneficio de todos los ciudadanos del país, y no únicamente de sus votantes.
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- Enfocarse en lo importante. Durante los últimos años los españoles hemos alimentado la división y el enfrentamiento, dando prioridad a asuntos con intereses partidistas y abandonando sectores críticos a los que necesitamos siempre, pero a los que, sin embargo, no se les dota de los recursos necesarios. Me refiero a sanitarios, investigadores, científicos, agricultores, ganaderos, fuerzas de seguridad y docentes, entre otros. Espero que, a partir de ahora, se planifique mejor el futuro de nuestro país y se invierta en lo que realmente es importante para todos.En una sociedad global, tecnológica, interconectada y multicultural es imprescindible diseñar un Plan Estratégico, en el que elijamos con qué ventaja competitiva vamos a diferenciarnos en el entorno internacional, definir unos objetivos consensuados para los próximos años y decidir cómo vamos a crear capacidad productiva para hacer crecer a todas nuestras regiones y dar empleo a todos nuestros habitantes.
Entre todos los grandes asuntos a incluir, en ese plan debe:- poner fecha a la transformación digital (y total) de la Administración, que tantas carencias ha demostrado durante esta crisis, a pesar de que han hecho un gran esfuerzo por tramitar digitalmente algunos servicios, como la presentación de ERTEs, pero que ha aplazado la renovación de otros trámites burocráticos por no poder hacer frente a algunas inoperancias existentes actualmente, y que deben resolverse urgentemente.
- crear un sistema de salud eficiente, con recursos y capacidad para afrontar futuras crisis, de todo tipo sin poner en riesgo la vida de los sanitarios.
- apostar por el emprendimiento, incubando y acelerando proyectos empresariales y protegiendo los ya existentes, especialmente a sus impulsores, los autónomos.
- diseñar una ley educativa que huya del adoctrinamiento y se preocupe realmente por la educación de las futuras generaciones, y que las aportaciones de las autonomías sea para respetar y proteger la cultura regional, dando más valor a la educación, pero nunca para fomentar el separatismo.
- Enfocarse en lo importante. Durante los últimos años los españoles hemos alimentado la división y el enfrentamiento, dando prioridad a asuntos con intereses partidistas y abandonando sectores críticos a los que necesitamos siempre, pero a los que, sin embargo, no se les dota de los recursos necesarios. Me refiero a sanitarios, investigadores, científicos, agricultores, ganaderos, fuerzas de seguridad y docentes, entre otros. Espero que, a partir de ahora, se planifique mejor el futuro de nuestro país y se invierta en lo que realmente es importante para todos.En una sociedad global, tecnológica, interconectada y multicultural es imprescindible diseñar un Plan Estratégico, en el que elijamos con qué ventaja competitiva vamos a diferenciarnos en el entorno internacional, definir unos objetivos consensuados para los próximos años y decidir cómo vamos a crear capacidad productiva para hacer crecer a todas nuestras regiones y dar empleo a todos nuestros habitantes.
- Crecimiento del euroescepticismo: Formamos parte de un club de países, la Unión Europea, cuya misión fundacional apelaba a promover el bienestar de sus ciudadanos, ofrecer libertad, seguridad y justicia o favorecer un desarrollo sostenible basado en el crecimiento económico equilibrado o reforzar la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los estados miembros. Sesenta y tres años después de la fundación de la CEE y 27 años desde la creación de la UE podemos constatar que las realidades sociales, políticas y económicas difieren mucho entre los diferentes países, no hay políticas compartidas por todos, hay profundas divisiones regionales entre los países, especialmente en el eje norte-sur, existe un exceso de burocracia que conduce a la ineficacia y una ausencia de liderazgo que en situaciones de crisis, como la actual, hace que cada país busque compartir lo mínimo e intentar conseguir lo máximo para satisfacer sus intereses.Quizás sea por la suma de todos estos factores que el Reino Unido ha formalizado su salida recientemente (Brexit) y varios países, espoleados por populismos locales, se planteen su continuidad o, al menos, su papel dentro de la UE.
Las tibias medidas adoptadas de momento ante esta crisis y la amenaza de tener que rescatar grandes economías como la italiana o española está generando una enorme división que va a hacer temblar los cimientos fundacionales. Consciente de ello, China (al igual que Rusia) está aprovechando esta pandemia para lanzar sus redes sobre una fragmentada, debilitada y confundida Unión Europea, proporcionando ayuda a algunos países como Italia y España, con el claro objetivo de intensificar su influencia geopolítica en la zona, en detrimento de Estados Unidos con quien está librando una intensa guerra desde hace tiempo por la hegemonía económica y el establecimiento de un nuevo orden mundial.
En resumen, el orden mundial que nació tras la II Guerra Mundial ha sido dinamitado por el caos que ha provocado el Coronavirus. La decadencia, al igual que lo hizo hace siglos en la antigua Roma, ha llegado a la Unión Europea, y no hay dirigentes capaces de ejercer un liderazgo que proponga soluciones de consenso y devuelva la ilusión a los ciudadanos europeos, frenando la descomposición irremediable de un proyecto geoestratégico y económico sin precedentes.
Y ahora, ¿qué?
Esperemos que pronto se encuentre un tratamiento eficaz para esta pandemia y una vacuna que ponga fin a esta pesadilla. Aunque a veces es inevitable pensar si éste no será simplemente el primer episodio de algo peor, con nuevos rebrotes del virus, o si quizás esta sea la primera batalla de un nuevo formato de guerra bacteriológica con la que algún poderoso país busque debilitar económicamente a sus rivales.
La imaginación siempre se expande ante lo desconocido. Los de mi generación, aquellos que fantaseábamos con una guerra nuclear, sabemos mucho de este tipo de historias y estamos preparados para enfrentarnos a “el día después” que imaginamos durante años. La buena noticia es que nunca dudábamos que, pasara lo que pasara, sobreviviríamos y que nos recuperaríamos de sus efectos.
Mucho ánimo, esto lo superaremos juntos!!!
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