Quien no ha oído hablar a sus padres o a sus abuelos acerca de las penurias de la postguerra. Siempre me ha llamado poderosamente la atención la cartilla de racionamiento con la que el gobierno de la posguerra española trataba de combatir la escasez de alimentos, distribuyendo sistemáticamente los alimentos de primera necesidad entre la población.
Entre 1939 y 1952, la popular cartilla de racionamiento y su colección de cupones establecían las raciones diarias o semanales de alimentos básicos como la leche, el agua, patatas, legumbres, azúcar, etc. que se podían obtener en las tiendas, economatos o cooperativas de la localidad donde estaba inscrita la cartilla. Fueron años de hambre y miseria.
Aunque no todo el mundo sufrió esa crisis del mismo modo. Fueron también tiempos de abusos y fraude, en los que los oportunistas del momento encontraron la ocasión de fijar precios desorbitados a los productos, proliferó el mercado negro y eran habituales las prácticas comerciales ilegales de productos sujetos a racionamiento, fenómeno al que popularmente se bautizó como estraperlo.
Lamentablemente, hoy en día, el racionamiento sigue siendo una situación habitual en guerras, catástrofes, hambrunas o en cualquier otra situación de emergencia en cualquier país del mundo. Cuando los bienes son escasos y la demanda elevada hay que distribuirlo en cantidades reducidas para garantizar que llegan a toda la población.
A pesar de todo, en nuestro mundo civilizado, hay fabricantes que se esfuerzan por ofrecer productos de comida rápida o bebidas azucaradas en formato XXL, cuyo consumo excesivo puede derivar en una nefasta alimentación, en problemas de sobrepeso y en enfermedades de diferente índole. El exceso puede ser tan perjudicial como la escasez, pero resulta siempre más inmoral.
En ocasiones, me planteo que si sigue empeorando la situación económica quizás se tenga que recurrir a una especie de cartilla de racionamiento para acceder proporcionalmente a las ventajas gratuitas que prometía hasta hace muy poco el mal llamado Estado del bienestar.
¿Hemos aprendido algo?
Pero, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? Creo que muy poco. Aprender la lección, corregir nuestro errores y ser más exigentes con los responsables de encauzar la situación.
No sería descabellado que todos los ciudadanos tuviéramos un instrumento parecido a la cartilla de racionamiento que se emplea en situaciones de emergencia nacional. Su cometido podría ser que cada persona racionara, o mejor dicho, racionalizara, desde su perspectiva, todo el aprendizaje obtenido acerca de las causas que nos han llevado a la profunda crisis en la que estamos inmersos y las consecuencias que nos están dificultando salir de ella. Cada conclusión debería ser un cupón a pegar en el sitio indicado para que nos recuerde, en el futuro, cómo actuaremos cada uno de nosotros ante situaciones similares.
Podríamos llamarla Cartilla de razonamiento,
En se caso, seguramente algunos de los cupones de raciocinio que yo pegaría en mi cartilla serían los siguientes:
- 1. Exige responsabilidades a quien se equivoca, ya que en caso contrario, le beneficiamos y somos injustos con quien sigue las normas, trabaja, se esfuerza, se compromete e intenta no equivocarse.
- 2. Vive en economía de guerra permanente, tanto a nivel doméstico, empresarial o institucional. En este sentido, el consumo responsable debe ayudarnos a controlar el gasto y fomentar el ahorro. No hay que gastar más de lo que se ingresa. Cada compra debe estar razonada, planificada y ajustada a las verdaderas necesidades. Debemos buscar siempre el mejor precio, no comprar por impulso y no caer en las ofertas de productos o servicios que realmente no precisamos. Los gastos extraordinarios necesitan ir obligatoriamente precedidos de ingresos extraordinarios. Los gastos fijos deben renegociarse periódicamente.
- 3. Fomenta el consumo colaborativo. Para calmar el voraz apetito hiperconsumista, antes de poseer algo analiza si te conviene más alquilar o pedir prestado. En los últimos años está proliferando un fenómeno que promueve el uso de bicicletas y coches públicos, compartir aparcamientos en las ciudades, el alquiler de pequeñas parcelas para cultivar los propios alimentos o el intercambio de diferentes objetos o utensilios.
- 4. Desconfía de la abundancia. El exceso de todo es muy peligroso. Cuando hay demasiado de todo (tiendas, productos, marcas…) todos quieren salvar su situación vendiendo más, pero no hay capacidad de demanda para todos. Por eso, se producen cierres de fábricas, de tiendas, desaparición de marcas o despidos de trabajadores. La saturación exige, más adelante, ajustes drásticos y dolorosos.
- 5. Recuerda que la bonanza encumbra inútiles, pero que la crisis los desenmascara. Muchas empresas son dirigidas por auténticos líderes improductivos, que en las épocas de bonanza se benefician del viento a favor que enmascara sus errores y carencias. Cuando llegan las dificultades y hace falta tomar el timón para gestionar, acumulan errores y fracasos, se sienten desorientados, se ven superados por las circunstancias y culpan a la crisis de ello. Es entonces cuando se precisan personas coherentes con la autoridad y visión necesarias para superar las adversidades.
- 6. Valora quién eres y a quién tienes a tu alrededor. Tú eres quien maneja el timón de tu vida. Autogestiónate como si fueras una empresa. Mira a la organización para la que trabajas como si fuera un cliente al que tienes que fidelizar con tus resultados para garantizarte unos ingresos económicos. Si eres rentable para tus clientes, serás rentable para tus accionistas, que son tu propia familia y la gente que te quiere.
- 7. Nadie va a defender tus intereses como tú mismo. La solución a tus problemas está dentro de ti. Define tus metas y lucha para conseguirlas. Nadie te va a regalar nada. La única forma de conseguir lo que te propones es cumplir con las obligaciones que te correspondan. Si no encuentras trabajo, debes ir a buscarlo, dado que no va a venir a ti. Incluso es posible que tengas que cambiar de ciudad, región o país. No se consigue cambiar una situación sin que surjan inconvenientes que deben superarse. No hay esquemas o modelos que sirvan de referencia para alcanzar tus objetivos. Cada uno debe diseñarse el suyo propio.
- 8. Aprende de todos y de cualquier situación, pero principalmente de los errores cometidos en el pasado. La vida es como un libro abierto. Observa y escucha a tu alrededor. Cada persona y cada situación representan una oportunidad irrepetible para aprender. Extrae el jugo de todo lo que sucede a tu alrededor. Tus decisiones, tus actuaciones y su resultado son otra fuente de aprendizaje muy valiosa. Si se traducen en aciertos, desconfía la próxima vez. Pero si yerras, no tengas miedo a equivocarte, rectifica los fallos, mejora y vuelve a intentarlo porque entonces tienes más posibilidades de conseguir lo que te proponías.
- 9. Sé fiel a unos valores. La crisis también afecta a los principios de las personas. Nuestra sociedad ha convertido asuntos banales como el dinero o el sexo en el centro neurálgico de decisiones del ser humano. Es habitual escuchar expresiones que nos dicen que “por dinero hago lo que sea”, nos parece normal que se invierta más dinero en fichajes de deportistas que en investigación y ya nos hemos acostumbrado a ver como incrementan su audiencia algunos medios de comunicación que utilizan el sexo como reclamo. Avaricia y placer se han convertido en dos poderosas palancas que mueven a las personas en la dirección deseada. Quizás sea ese el motivo por el que nuestra sociedad incentiva conductas detestables como a los vagos, a los poderosos, a los ineficientes, a los especuladores, a los tramposos, a los que no cumplen sus compromisos o a los amigos de lo ajeno.En nuestra mano está ser fiel a unos valores que fortalecen a las personas y amplían su campo de visión en los momentos más oscuros: responsabilidad, trabajo, sacrificio, compromiso, honestidad, sinceridad, lealtad, perseverancia, espíritu de superación, resiliencia, tolerancia, gratitud, sencillez… y, sobre todo, decencia.
- 10. Confía en tu sentido común. Cuando estábamos en pleno auge económico, las mejores predicciones que alertaban de la crisis procedían de personas que expresaban sus razonamientos aplicando su sentido común. Observaban el presente, comparaban con su experiencia pasada y proyectaban a futuro las posibles consecuencias de todo lo que ocurría a su alrededor. Muchos de ellos no tenían estudios… Y acertaron. Tenían sentido común.
Seguramente, cuando la economía se recupere, el mercado laboral se reactive y la capacidad adquisitiva de las familias vuelva a niveles que animen el consumo, todos iremos olvidando paulatinamente lo que hemos aprendido con mucho sufrimiento y con el desasosiego que produce la incertidumbre.
Para evitar tropezar nuevamente en la misma piedra, yo leeré estas anotaciones.
Y tú, ¿qué cupones pegarías en tu cartilla de razonamiento?
manuel monclus lacruz dice
Javier, como siempre, muy acertado en tus comentarios.
Javier, desde Fraga,
Yo añadiria, No despecies pequeños clientes, que en tiempos de abundancia parecen «estorbar», luego en la crisis no los encontrarás, mejor 100 clientes de 1 €, que uno de 100 €.
Un saludo,
Manuel Monclús.
José Ramón dice
Creo que por el momento nos racionaran sanidad y educación, el racionamiento viene despues. Será mejor que antes del racionamiento usen el razonamiento y empiezen a buscar soluciones.