¡Atención! Accidente.
Varios coches han colisionado y han quedado prácticamente destrozados en el exterior de una curva, dejando la pista llena de fragmentos que suponen un grave riesgo de accidente para los vehículos que siguen en competición.
Es hora de que es Safety Car o Coche de Seguridad entre en pista para detener el transcurso normal de la carrera y obligar a todos los participantes a desfilar detrás de él hasta que pueda reanudarse. Con las luces de emergencia encendidas, marcará la velocidad máxima a la que deben ir los pilotos y les ayudará a esquivar los fragmentos que podrían dañar sus ruedas, protegiendo, además, al personal que se encargará de limpiar la pista.
Al ralentizar la carrera, los coches mantienen sus posiciones, a la vez que siguen en marcha para no perder el nivel competitivo de sus motores y neumáticos.
La Dirección de Carrera juega un papel fundamental, pues interpretando el reglamento de cada competición, evita infracciones y determina el número de vueltas que el Safety Car tiene que estar en pista para no perjudicar, por este orden, la seguridad de los pilotos, la competición y el espectáculo para los aficionados.
En el caso de que alguien infrinja las normas previstas en el reglamento, Dirección de Carrera se encarga de penalizarlo.
Mientras el Safety Car está en pista, todos los vehículos de emergencia, ambulancias, coches médicos, bomberos y grúas, tienen sus motores en marcha por si tienen que intervenir en cualquier momento.
En algunas competiciones, los reglamentos permiten que cada escudería realice ajustes en su estrategia mientras el Safety Car está en pista (parada en boxes para repostaje de combustible, cambio de neumáticos o pequeñas reparaciones). Hay que estar preparados y adaptarse a un nuevo escenario en el que todos los coches circulan agrupados de nuevo y en fila india por la pista. Es como si la carrera fuera a comenzar de nuevo.
En el momento que la situación de riesgo ha terminado se avisa por radio que en la próxima vuelta se va a retirar el Safety Car de la pista, éste apaga las luces de emergencia del techo para reforzar el aviso y la carrera se relanza. Bandera verde. Toca pisar el acelerador e intentar adelantar a los rivales que están más próximos. Surgen oportunidades que antes no teníamos.
Un aspecto fundamental es que el conductor del Safety Car es un piloto profesional y experimentado, capaz de circular por el circuito delante de vehículos que tienen un motor muy potente, cuya velocidad, aun reducida, sigue siendo muy alta para evitar que se caliente el motor o se enfríen los neumáticos. Su papel, junto al de los comisarios de Dirección de Carrera, es clave en cada crisis que se produce a lo largo del Campeonato, algunas de ellas realmente muy graves.
Coronavirus y liderazgo
La crisis del Coronavirus ha obligado a los principales países, entre ellos, España, a sacar al Safety Car a la pista. En este caso, tiene forma de confinamiento social e hibernación económica. Ralentizar la vida social y económica del país es fundamental para minimizar el riesgo y conseguir que se produzcan menos contagios y la curva de infectados y fallecidos empiece a descender.
Pasan los días y la mayoría de los ciudadanos están en sus hogares esperando que la enfermedad remita para poder retomar la vida normal. ¿Serán 4 semanas? ¿Quizás 6? Cada semana es como una vuelta detrás del Safety Car. Se hacen interminables. Todos esperamos el momento en el que se anuncie que se está venciendo al virus y que progresivamente podemos empezar a recuperar nuestras vidas… o lo que quede de ellas. Es un buen momento para redefinir nuestra estrategia personal y profesional para estar preparados.
En el mundo empresarial, todas las empresas siguen la estela marcada por el Gobierno de España y por su Presidente hasta que se pueda relanzar la economía. Su papel, en todo momento, es fundamental, tanto a la hora de prever la magnitud del problema, como en las decisiones que adopten para garantizar la seguridad de los ciudadanos y evitar que se enfríe el tejido empresarial o en las medidas de impulso que pongan en marcha para relanzar la actividad económica con el menor deterioro posible.
En estos momentos de crisis, no es fácil estar a los mandos del Safety Car (Presidente) o formar parte de la Dirección de Carrera (Gobierno), dado que:
- Si no sale a tiempo puede ocasionar más accidentes de los previstos y poner en riesgo la vida de los pilotos.
- Si no acierta con las decisiones o titubea en la aplicación del reglamento puede provocar que haya vehículos que tengan que retirarse de la carrera o que pilotos sean injustamente sancionados y pierdan su posibilidad de seguir compitiendo al máximo de sus posibilidades.
- Si su tiempo en pista es insuficiente, el riesgo de nuevos percances permanecerá.
- Si su tiempo en pista es excesivo, los motores de las empresas se habrán gripado, los neumáticos se habrán desgastado o, simplemente, el combustible de los vehículos se habrá agotado…. y el gran circo automovilístico, en este caso empresarial, se detendrá con consecuencias fatales para empresarios y trabajadores.
Qué gran responsabilidad, ¿verdad?
De eso trata el liderazgo, de tomar decisiones en situaciones complejas, con valor, inteligencia, serenidad, empatía, responsabilidad, compromiso, amplitud de miras y rodeado del mejor equipo posible. Si no se cumplen estas condiciones, surgen errores, confusiones, descoordinación, nervios, incapacidades, mentiras, rectificaciones, manipulaciones, quejas… en definitiva, el desastre.
Nuestros lideres políticos saben, o deberían saber, que la política no consiste únicamente en ganar elecciones, pactar gobiernos o poner en marcha, generalmente a medias, un programa electoral, consiste también en proteger a los ciudadanos ante acontecimientos imprevisibles que pueden surgir a lo largo de su mandato. Hay que estar preparado incluso para lo peor. Según Stephen Covey, “una de las verdaderas pruebas del liderazgo es la capacidad de reconocer un problema antes de que se convierta en emergencia”.
Espero que este Safety Car haya salido a pista para salvarnos de un accidente y no para provocar el colapso de la competición.
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